¿Me creerías si te cuento que haber estado en un kínder de buena calidad puede tener efectos de largo plazo sobre dimensiones del comportamiento como el esfuerzo, la iniciativa y la participación?
En el año lectivo 1985-6, los niños que ingresaban al kínder en 79 escuelas públicas de Tennessee participaron de un curioso experimento. Aleatoriamente, al momento del ingreso al sistema escolar, cada uno de estos niños fue asignado a uno de dos tipos de clase: clases grandes (con 20-25 niños) y chicas (con 13-17). En los cuatro años siguientes y a medida que los niños progresaron hasta el tercer grado de primaria, se mantuvo su asignación a este tipo de clase. En paralelo, durante todo este período, los maestros que enseñaban a estos niños fueron asignados a su respectiva clase de manera aleatoria. Este experimento ha servido ampliamente a la literatura educativa para documentar los impactos positivos de estar en una clase pequeña y de tener un maestro de buena calidad sobre el rendimiento escolar medido a través de pruebas estandarizadas. Este experimento se conoce como el Proyecto STAR (Coeficiente de Logro Alumno-Maestro, por sus siglas en inglés).
Usando este original diseño experimental, una investigación publicada en 2011 en el Quarterly Journal of Economicsexplora los efectos de largo plazo de la experiencia escolar más temprano. Los investigadores lograron exitosamente unir los registros de cerca del 95% de los más de 11 mil niños que participaron en STAR con sus registros tributarios en los años 2005-7, es decir, cuando éstos tenían entre 25 y 27 años. Con esta información y una metodología rigurosa, se logra documentar de manera muy convincente nueva evidencia sobre la importancia de experiencias de aprendizaje de buena calidad durante la primera infancia.
Estos son los hallazgos principales del estudio que comenta este blog:
- Los niños que tuvieron una educación en la primera infancia de mejor calidad (medida a través de haber estado en una clase con menos niños) tienen una probabilidad de estar matriculados en la universidad a los 20 años mayor que aquellos que tuvieron una educación de menor calidad (la diferencia entre los dos grupos es de 1.8 puntos porcentuales, cuando la matrícula universitaria promedio a los 20 años para la muestra es de 26.4%). Pero además de la matrícula universitaria, los niños de clases pequeñas también se encuentran mejor en otros resultados: tenencia de vivienda propia, ahorros y movilidad social, por nombrar unos cuantos.
- Otras características observables de la educación de buena calidad también parecen tener impactos significativos de largo plazo. Por ejemplo, aquellos niños cuyo maestro de kínder tenía al menos 10 años de experiencia tienen ingresos 6.9% mayores a los 27 años de edad que aquellos niños cuyos maestros de kínder eran menos experimentados.
- Midiendo el desempeño promedio al finalizar el kínder de los compañeros de clase de cada uno de los niños de la muestra de STAR, los autores construyen una medida agregada de la calidad de la experiencia educativa que combina efectos-maestro, efectos-grupo y otras características de la clase que influyen sobre el rendimiento de los niños. Aquellos niños que fueron aleatoriamente asignados a una clase una desviación estándar mejor en esta medida de calidad, tienen ingresos 3% mayores a los 27 años. También es más probable que éstos niños vayan a la universidad y que escojan mejores universidades.
- Los resultados de la asignación a una clase de kínder de buena calidad sobre el rendimiento en pruebas estandarizadas que miden el aprendizaje se desvanecen rápidamente en el tiempo. Para cuando los niños del proyecto STAR están en octavo grado, no se detectan diferencias significativas en los puntajes en estas pruebas entre quienes fueron asignados a clases de mejor calidad y quienes no tuvieron esa fortuna. No obstante y a pesar de que las diferencias en el desempeño escolar no persisten en el tiempo, como se explicó antes, sí se detectan impactos de largo plazo de haber tenido una experiencia de educación inicial de calidad sobre el desempeño en el mercado laboral en la vida adulta. Esto lleva a explorar la posibilidad de que una experiencia de calidad durante el kínder haya formado en estos niños mejores habilidades no cognitivas que luego les son de utilidad para el éxito en el trabajo y la vida. Como comentaba al inicio, la evidencia empírica de este estudio parece ser consistente con esta hipótesis. Los datos disponibles sugieren que los niños de STAR exhiben mejores destrezas no cognitivas (esfuerzo, iniciativa y participación) varios años más tarde. No obstante, los autores reconocen que es un aspecto que requiere más y mejor análisis.
América Latina y el Caribe atraviesa un momento importante en términos del grado de interés que la política pública le presta a los temas relacionados con la primera infancia. Es fabuloso mirar los esfuerzos que emprenden los países de la región por ampliar la cobertura de los servicios de atención para este segmento de la población. Los impactos de largo plazo del Proyecto STAR nos recuerdan que incrementar el acceso a los servicios de desarrollo infantil es condición necesaria pero no suficiente para que la inversión en capital humano dé los frutos esperados. Es imprescindible asegurar la calidad de estos servicios. Y esto no es tarea fácil.