Al
norte de Colombia se extiende un territorio que desde época prehispánica ha
sido escenario de múltiples migraciones que han configurado una población con
características particulares. Allí en un momento fundamental grupos indígenas se
unieron con europeos conquistadores y negros africanos en fusión cultural que sentó
bases desde donde se comenzó a gestar un tipo de música que evolucionaría hasta
convertirse en un elemento de identidad esencial: la música vallenata, que
trasciende a cultura vallenata dada
la significativa influencia que se expande y constituye la vida regional. La
llegada del acordeón diatónico a finales del siglo XIX, instrumento melódico
que reemplazó el limitado registro de flautas indígenas y que se constituyó en elemento
clave en el proceso de cohesión musical, consolidó la dimensión musical que se
conoce actualmente. La música y la cultura
vallenata están en el imaginario colectivo, pertenecen a la identidad de
cada persona que habita la región y es aprehendida desde la infancia desde los
hechos que se viven en la cotidianidad. Aunque este hecho cultural se extiende por
el país es la ciudad de Valledupar su epicentro geográfico y cultural, allí
desde el año 1968 en el mes de abril se lleva a cabo el Festival de la Leyenda
Vallenata, evento cuyo propósito va más allá de resaltar los valores musicales
sino que relata de forma continua la vida cotidiana. “La identidad es una
construcción que se relata”. (Canclini, 1995)
Creado
en torno a la conmemoración de un hecho histórico transfigurado en milagro
religioso y en leyenda de la tradición oral, el Festival sostiene el andamiaje
de la cultura vallenata. A su
alrededor se realizan actividades que además de exaltar, fortalecen la estructura
de la identidad local: foros sobre música y folclor, se resaltan valores
tradicionales reconociendo la importancia de la tradición oral, se recrean colectivamente
costumbres y se realizan concursos para escoger los mejores intérpretes de la
música vallenata. Los niños son protagonistas en todo este escenario, allí
radica parte del éxito no solo del
evento sino de la acogida que esta música tiene y a pesar de que existe
proyección internacional y el mundo actual que viven niños permite la
influencia de “otras” atractivas formas de cultura, lo esencial se mantiene,
perdura como un escudo protector.
Esta
fortaleza se convierte en la gran oportunidad para reafirmar la conciencia
ciudadana en los niños, ya que facilita su participación permanente, sostenida, asumiendo conscientes una posición como parte importante del grupo social y eso es
esencial para que sean percibidos y consoliden su papel como sujetos, además
porque ésta apropiación se proyecta haciéndose visible en otros contextos y
sirve de ejemplo y modelo para construir ciudadanía desde lo esencial, desde su
propia identidad.
La
diversidad cultural que tiene Colombia constituye un factor importante para plantear
alternativas de construcción de ciudadanía desde el diseño de políticas
públicas hasta su ejecución en coherencia con las identidades culturales particulares,
teniendo siempre en cuenta a los niños no solo como beneficiarios de las
políticas, sino como actores que aportan desde sus experiencias de vida y
necesidades elementos que mejoran su impacto
en la sociedad y consolidan la interrelación niños-ciudadanía-gobierno. Por
otra parte los elementos que caracterizan a los grupos específicos de la
sociedad como las músicas tradicionales y la cultura que las sostiene, son vehículos
efectivos para sustentar sus identidades en especial si se parte de su
reconocimiento desde la infancia, y junto a la tradición lograr establecer
estrategias que las enriquezcan convirtiéndose en fuentes inacabables de
creación y soporte para que cada grupo social inmerso en su propia experiencia
cultural se mantenga con su razón de ser.
García,
Canclini Néstor. Las Identidades como Espectáculo Multimedia. Consumidores y
Ciudadanos: conflictos multiculturales de la Globalización. México D.F.
Editorial Grijalbo 1995.